martes, 28 de julio de 2009

LAS SONRISAS DE CÁNDIDO

Dicen que el alma pesa 21 gramos. Que, al morir, nuestro cuerpo experimenta una súbita pérdida de peso. A Cándido, sin embargo, le pasó lo contrario. En el momento en que la máquina indicó que sus constantes eran más constantes que nunca, la camilla crujió y se desplomó en medio del quirófano. Había ganado 21 kilos. Ninguno de los atónitos presentes adivinó que aquel individuo era un ladrón de sonrisas, que se había dedicado a robarlas durante toda su vida y que ahora, finalmente éstas se cobraban su venganza.

sábado, 25 de julio de 2009

PIES PARA QUÉ OS QUIERO

Soy sonámbula, por eso duermo con los zapatos puestos.

Una mañana me desperté con los pies llenos de llagas. Estaban horrorosos. Es curioso, pero ni siquiera me dolían. Lo que más me molestaba era su aspecto. Los tenía repletos de manchas de barro secas, como si hubieran sido salpicados por el macabro arte de uno de esos genios locos de la pintura que andan por ahí sueltos.

Recuerdo que, al mirarlos por primera vez, me parecieron más un sucio mallot ciclista de topos que la prueba evidente de la culminación evolutiva de nuestra especie. Ante aquella visión empecé a preguntarme qué les habría pasado. Quise recordar, pero no había manera. Entonces intenté volver a dormirme para ver si así mi subconsciente me llevaba al lugar en el que habían estado mis pies en el anterior sueño. Pero tampoco había manera. Decidí quedarme en la cama, boca arriba, concentrándome en la masa grisácea que tengo en el cráneo, a ver si encontraba por allí algún indicio, alguna pista, que me llevara hasta ese lugar en el que debí dejar mi huella.

Me concentré tan intensamente que mis neuronas, quizás debido de la falta de costumbre, no pudieron soportarlo y acabé por desmayarme a lo Scarlett O'hara, con caída espectacular y costalazo en las costillas incluidos. Después al mundo se le apagó la luz durante varias horas. Para cuando abrí de nuevo los ojos ya se había hecho de noche y yo tenía unas ganas locas de comerme un cruasán de chocolate.

Entonces me di cuenta de que no podía levantarme. Alguien me había cortado los pies al más puro estilo Saw, y yo ni siquiera me había dado cuenta. Es curioso, pero no me dolían. Lo que más me molestaba era que me iba a quedar sin saborear mi cruasán hasta que viniera alguien a traérmelo. ¿Dónde estarían mis zapatos?